lunes, 25 de junio de 2007

El Cenicero

El Cenicero
Ahí estaba el mar, después de tantos años de no verlo. Se acercó a la orilla y le dijo no has cambiado nada, en cambio yo... Dio un largo trago a su cerveza y agregó no tienes que preocuparte por solucionar los problemas y pasarla bien. Volvió a tomar un trago y regresó con sus amigos quienes jugaban voleibol playero.
Tras acabarse la botella, la tiró en la arena, abrió otra y volvió a la orilla, pero en lugar de ver el mar, le dio la espalda, y a lo lejos miraba como jugaban tan bien el partido, vio como sus cuatro amigos se defendían uno del otro, los saques, los puntos, si parecían profesionales.
Al principio, le habían animado a que jugara con ellos, pero fue tajante en su decisión de no participar en la jugada; si sólo con verlos cómo habían caminado en busca de postes para amarrar la red que traían, cómo antes de llegar a la playa habían buscado como desesperados una gasolinera en una ciudad extraña para llenar de aire el balón, o cómo habían empezado a hacer ejercicios de calentamiento, sabía que no eran amateurs.
Dejó la botella media llena y semienterrada en la arena y se lanzó al mar a nadar un poco, y no dejaba de pensar que el mar y el cielo eran inmensos, intensos, inabarcables. A lo lejos veía los barcos y los veía débiles, dejados, como dicen por ahí, a la buena de Dios.
Vio una gaviota que se introdujo al mar, y como de él salía con un pez que se revolcaba por salvar su vida, quizás a sabiendas de que sería inútil, pensó él.
Ya en la orilla, tomó la cerveza medio caliente, le dio un trago, y mejor tiró el líquido en la arena húmeda. Volvió con sus amigos, se sentó en una silla de playa, abrió otra cerveza. Estaba viéndolos jugar ensimismado, cuando Germán le interrumpió:
-Me enciendes un cigarro, mira como tengo las manos llenas de arena.
Sacó una caja de Benson llena, la abrió y tomó dos cigarrillos, los encendió ambos a la vez. Le dio uno a Germán, quien le dio dos bocanadas.
-¿Me lo cuidas? -preguntó.
-OK -contestó.
Mientras fumaba con la derecha, con la izquierda sostenía el otro cigarro, y a ciertos intervalos, cuando la pelota quedaba fuera de la cancha y había que ir por ella, Germán regresaba por su cigarro hasta que se lo acabó. Así se encontraban sus amigos, venían y volvían por sus cervezas. Rafael le preguntó:
-¿Te diviertes?
-Reviento de alegría, mira, no sabes cómo me hacían falta estas vacaciones.
Leo, se había acabado su cerveza y buscó en la hielera, no había ya.
-Oye, no seas gacho, tráete más cerveza.
-OK -dijo, y aunque no estaba haciendo nada más que descansar, tomó la caja y se encargó de llenarla de botellas, luego las puso sobre su hombro derecho, miro donde se encontraba el depósito. Dio la última bocanada a su cigarro y lo lanzó a lo lejos.
-Ah, y te traes una botana -gritó Sergio.
Volteó, y afirmó con la cabeza. La arena de este lado era sucia, llena de basura y ramas secas; cómo en la misma arena existe variedad.
Compró lo necesario, y de regreso miró como las personas se acercaban para verlos jugar. Al llegar, había terminado el cuarto set. Abrieron otra tanda de cervezas, y volvieron a jugar.
Ya tenían admiradoras, quienes gritaban el de azul, el de verde, según el color del paliacate o traje de baño que usaran ellos. Se sentó de nuevo en la silla, y encendió otro cigarrillo. Germán y Rafael le pidieron otro, fumaron y se los encargaron. Ahora estaba con tres cigarros en sus manos viendo como jugaban y como piropeaban las chavas a sus amigos.
La cancha de arena estaba revuelta de tantos brincos, tanta energía. Y ellos brillaban de naranja, de ese sol, de ese calor que sólo la tarde enseña.
Hubo un momento en que no se pusieron de acuerdo en los puntos anotados y le pidieron a él que fuese el árbitro, pero como no sabía como se anotaba le dijeron que ellos le señalarían cuando era punto o no.
Ellos, los cuatro, se alternaban entre bocanadas y tragos, y ábreme una cerveza y otra por favor, y cuídame el cigarro, hasta que terminó el juego.
La tarde caía, ellos se tiraron sobre las sillas y apenas descansaron un momento, se metieron al mar para deshacerse de la arena y el sudor, y así cambiarse para ir a la ciudad a bailar en los centros nocturnos.
Ahí estaba una señora con una sombrilla, de espaldas al sol, con un cielo nacarado, con nubes aisladas retorcidas de luz, celeste y dorado; aunque la sombra cubría su rostro era interesante retratarla.
Cuando ellos se disponían a irse, lo miraron y Germán preguntó:
-¿Nos vamos?
-No se preocupen por mí, quiero ver el ocaso. Los veo en la disco. Yo me llevo los envases.
-Nos vemos, dijeron casi al unísono.
La playa estaba más tranquila. Miraba como el sol se introducía entre esa línea que divide al mar del cielo. Encendió un cigarro, le dio una bocanada, y luego exhaló, y suspiró.
Pero esta vez en lugar de tirar las cenizas en la arena, las puso sobre la palma de la mano hasta que se acabó el cigarro.
El cielo se volvió violáceo y triste, con destellos de morado obispo, como si la soledad llegara y el tiempo estuviera quieto. Como si la vida estuviera a punto de terminar. Las olas iban y venían. Pensó: podré irme de aquí y volver, pero habrá un día en que el mar vuelva y yo no.
Esperó a que el sol se ocultara y cuando esto sucedió, se levantó y fue a la orilla del mar a tirar las cenizas. Trataba de entender por qué sus amigos se divertían, mientras el se había pasado la tarde viéndolos jugar.

No hay comentarios.:

Twittealo, Sigueme